Texto por: José Luis Castro A.
Publicado por: Raúl Bonifaz
*A los 98 años, falleció el cronista de tradiciones
y costumbres tuxtlecas.
El distinguido cronista de tradiciones y costumbres tuxtlecas Manuel de Jesús Martínez Vázquez nació en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez el 4 de agosto de 1913. Fue hijo de los señores Federico Martínez Sol y de doña Isabel Vázquez. Obtuvo el título de profesor de educación primaria en la Escuela Normal Mixta y Preparatoria del Estado. Como estudiante fundó la Escuela Primaria Nocturna “Dr. Rodulfo Figueroa” y fue profesor adjunto en la Escuela Nocturna “Benito Juárez”. Fue catedrático de la Escuela Normal Mactumactzá (1956), Normal del Estado, de la Secundaria Nocturna del Estado y de la Escuela Primaria Camilo Pintado, en donde sostuvo el periódico “Alma Infantil”.
Ocupó el cargo de director de Acción Cívica del Gobierno del Estado y fue pionero de la radio como redactor de guiones, administrador y locutor de la radiodifusora XEON en 1946, junto a don Tomás Martínez, Juan Bañuelos, Ernesto Núñez Albores, Eliseo Mellanes Castellanos y Tita Jiménez.
Fue miembro distinguido de la Asociación de Escritores y Poetas Chiapanecos, A. C., de la Sociedad de Geografía de Chiapas, de la Asociación de Cronistas del Estado de Chiapas y del Consejo de la Crónica Municipal de Tuxtla Gutiérrez.
Por su intensa actividad como defensor de las costumbres y tradiciones tuxtlecas, el gobierno del estado le otorgó, en 1988, la Medalla Pakal de Oro. La Secretaría de Educación Federal, a través del Consejo Nacional Técnico de la Educación, lo nombró Maestro Emérito por el estado de Chiapas en 1996. Por su parte, el ayuntamiento tuxtleco lo declaró Hijo Predilecto de Tuxtla Gutiérrez; mientras que el H. Ayuntamiento de San Cristóbal de Las Casas, el Patronato Fray Bartolomé de Las Casas y la editorial Fray Bartolomé de Las Casas le otorgaron el Premio “José Weber” (1998).
Fue autor de las obras: “Tuxtla en las primeras décadas del siglo XX” (1992), del libro costumbrista “El Belén Zoque”, del libro de leyendas “Brujos y visiones de mi tierra” y de “Tuxtla al Tercer Milenio” (1998).
Este ilustre tuxtleco falleció el lunes 20 de febrero del 2012.
SU OBRA: Dentro de su obra destacan los relatos publicados en su libro: “Tuxtla en las primeras décadas del siglo XX”, que se refieren, en particular, a los años de 1920 a 1940. En ese lapso la ciudad contaba, en 1921, con 12 mil 517 habitantes; en 1930, con 14 mil 849 y en 1940 con 15 mil 883. Época fecunda en cuentos de espantos y leyendas milenarias, transmitidas de padres a hijos, de generación en generación. época de fantasmagóricos duendes, de la llorona, el cadejo, el Sombrerón, la malora, el tapacaminos, el nagual, el caballo encantado, la tisigua, la mala mujer, la carretilla de San Pascual, la bruja Domi, la Chepa y la cocha enfrenada. Época de costumbres y tradiciones ancestrales de rancio sabor prehispánico.
(Según la tradición oral, la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, fue fundada en 1486 como pueblo tributario de los aztecas con el nombre de Tochtlán, que significa “Lugar de conejos” (del náhuatl: tochtli, conejo; tlan, desinencia de abundancia). Posteriormente, en 1560 los dominicos trazaron sus calles y crearon cuatro barrios, construyeron la ermita de San Marcos, como santo patrono del pueblo, y la denominaron “Pueblo de San Marcos Evangelista Tuxtla”. En un censo de población de 1611 el poblado de Tuxtla aparece con 900 habitantes; en 1768 se convierte en cabecera de la segunda alcaldía mayor de Chiapas; en 1813 es elevada a la categoría de villa; en 1829 se le concede el rango de ciudad; en 1848 se le agrega el apellido Gutiérrez, en homenaje a don Joaquín Miguel Gutiérrez, célebre federalista chiapaneco, y a partir de 1892 es sede de los poderes públicos).
¡Ah!, tiempos aquellos en que las mujeres usaban faldas de costal y huipiles; y los hombres sus limpísimos pantalones y camisas de manta blanca; y en que los priostes lucían impecablemente sus acostumbrados nacamandocs. En los tradicionales mequés se bailaba al compás del pito y del tambor; y al son de la jarana y del violín el Nama-namá. Se saboreaban los deliciosos tamalitos de cuchunuc, de jacoané o de nacapitú; o bien, el riquísimo puxaxé o el zispolá con canané, acompañado de un bochi de pozol de cacao. ¿Y de postre? ¡Un trocito de putzinú! En los mequés nunca faltaban los Chandoquí, los Jonapá, los Megchún y los Chamé; y menos aun los Popomeyá, los Nopinjamá, los consospó y los Chatú. Todos llevaban somé. Los mequés de la última teja, de la ensarta de flores de mayo, las kermeses y las bodas zoques eran de lo más alegres y vistosas. Sobre todo las de los barrios de San Marcos, de El Calvario, de Santo Domingo, de Guadalupe, de San Roque, de San Miguel, de San Andrés y de San Jacinto.
Tuxtla Gutiérrez, la de las calles empedradas, la del pozol de la once, la de las carretas tiradas por bueyes, la de arcanos curanderos amigos de la magia negra, del conjuro y de la invocación. De esto y de otros temas nos habla el profesor Manuel de Jesús Martínez Vázquez en su libro “Tuxtla en las primeras décadas del siglo XX”.
En esta obra, el profesor Martínez Vázquez defiende y revalora las costumbres y tradiciones ancestrales de los zoques de Tuxtla, en un serio intento por rescatar y preservar parte del patrimonio cultural de México.
La cultura chiapaneca, étnica y popular, se ha enriquecido a través de los siglos con las contribuciones de las comunidades y de los heterogéneos grupos sociales que integraron la entidad, mismos que conformaron nuestra identidad regional. Sin embargo, en las últimas décadas los diversos medios de comunicación han influido con la enajenación, el desarraigo y la desnacionalización de los chiapanecos, lo que ha impedido que haya continuidad en el crecimiento y desarrollo de nuestra cultura municipal, pues los tuxtlecos de las nuevas generaciones ya no estamos conscientes de nuestros valores culturales ancestrales. El acelerado proceso de aculturación del pueblo de Tuxtla ha ido desvaneciendo la antigua cultura zoque, así como la cosmovisión tradicional. Todo ello hace urgente rescatar, preservar y difundir el patrimonio cultural de los tuxtlecos. Pero lo más importante es trasmitir, fortalecer y arraigar en la juventud los valores de la cultura y de la historia locales.
Con la publicación de libros de esta naturaleza no sólo se afirman y enriquecen los valores de identidad histórico-cultural entre los chiapanecos, sino que se fortalece la cultura municipal y, por ende, la nacional. Aquí radica el valor y la importancia de la contribución del profesor Manuel de Jesús Martínez Vázquez, para Tuxtla y los tuxtlecos: un libro, producto de su vasta experiencia personal, escrito sin vanidosas pretensiones literarias, históricas o folclóricas.
¡Ojalá que los espíritus dialécticos de las nuevas generaciones disfruten nuevamente este manjar costumbrista añejado en la fuente milenaria de la tradición oral!
Descase en paz maestro Manuelito.
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